Ser vaso vacío. Sobre la razón poética y la terapia Gestalt.
Hay que hacer el vaso vacío y puro y resistente,
para que en él se haga el espíritu.
(…)
No hay que hacer el espíritu, sino el vaso.
Ser vaso vacío y resistente hacia fuera,
sin forma hacia dentro.
(María Zambrano)
“El
claro del bosque es un centro en el que no siempre es posible entrar; desde la
linde se le mira y el aparecer de algunas huellas de animales no ayuda a dar
ese paso. Es otro reino que un alma habita y guarda. Algún pájaro avisa y llama
a ir hasta donde vaya marcando su voz. Y se la obedece; luego no se encuentra
nada, nada que no sea un lugar intacto que parece haberse abierto en ese solo
instante y que nunca más se dará así. No hay que buscarlo. No hay que buscar.
Es la lección inmediata de los claros del bosque: no hay que ir a buscarlos, ni
tampoco a buscar nada de ellos. Nada determinado, prefigurado, consabido”.
(Zambrano 1986 p.4)
Así
inicia Claro de bosque, el libro de
María Zambrano. Releo cada palabra, conmovido, asombrado. Un lugar que de
pronto se revela sin buscarlo, que si es buscado no se revela, y que no te
ofrece más que ese lugar. Llegas allí, si llegas, siguiendo el trino de un
pájaro, aunque no ves al pájaro, solo lo escuchas, lo sigues a tientas. De
pronto, ese espacio se abre ante ti en ese solo instante y luego se va,
dejándote una resonancia que palpita.
Había
escuchado el nombre de María Zambrano (ese nombre tan sonoro) sin saber nada de
ella, unos pocos datos, de esos que ocultan más que dar a conocer. Más tarde
escuché por primera vez aquellas palabras: razón
poética. Bastaron para detener lo que estaba haciendo. Aún sin saber a qué
se referían fui tocado por ellas, invitado, con ese presentimiento que
despiertan las cosas que nos llaman: la promesa de un encuentro.
María
Zambrano, filósofa española, nació en Málaga en 1904 y murió en Madrid a los 87
años. Desde muy pequeña vivió en Segovia. Se fue al exilio cuando los
franquistas ganaron la guerra civil. Volvió a España a sus 85 años. Escribió
poesía, algunos textos políticos, pero sobre todo Filosofía desde una mirada
muy particular y llena de estética. Su pensamiento hace una crítica al
razonamiento occidental. Una de sus ideas más luminosas es la de la razón poética.
Soy
alguien que piensa, a veces demasiado, que se enreda en lo que piensa, que por
pensar a veces se pierde y no llega a ningún lado más que al insomnio por no
poder parar el pensamiento. También soy alguien que ama la poesía y que en los
últimos años la lee incansablemente. Creo que en mí la poesía sustituye a la
religión, a través de ella alivio, en parte, la nostalgia de Dios que Dios dejó
al esconderse. Leo poesía como si meditara o como si hiciera oración. A medida
que crezco la necesito más.
Aquella
idea, la razón poética, parecía unir
esas dos necesidades (¿obsesiones?) mías. Mientras leía acerca del tema,
inevitablemente pensaba también en la experiencia terapéutica. Trataré de
compartir lo que, torpemente y poquito a poco, voy descubriendo. Advierto que
lo que puedo decir es muy por encima, superficial e incompleto, y es que Mará
Zambrano es una filósofa profunda y compleja a la que apenas empiezo a
asomarme. Tiene ideas que ya nos anuncian su forma de mirar: el delirio, el
renacer y el desnacer, el secreto, el exilio, lo divino, lo indecible, la
convivencia, lo oscuro. Escribe de una forma única, mezclando filosofía y
poesía, concepto y metáfora, donde la forma y el fondo son lo mismo, pues unido
a lo que dice siempre está su modo de decirlo. Se puede resumir un texto suyo,
pero no se puede decir la experiencia de leerlo, pues usa una prosa poética
llena de imágenes extrañas y hermosas que van surgiendo a medida que piensa y
escribe, como si florecieran.
Primero,
una mala noticia en palabras de la misma María Zambrano: “De la razón poética
es muy difícil, casi imposible, hablar. Es como si hiciera morir y nacer a un
tiempo; ser y no ser, silencio y palabra”. (en García Restrepo 2019) Es casi
imposible hablar, dice ella misma. ¿Qué me queda a mí entonces, que no soy
filósofo sino apenas un curioso, aprendiz de aprendiz? ¿Tiene sentido
intentarlo? Me ayudo de otras voces, de otras miradas que han leído a fondo a
la filósofa española. Pero además, está mi propia experiencia, esa que me dice
que alguna vez, sin esperarlo, he llegado a ese claro del bosque el breve
tiempo que dura. Quiero decir que creo haber experimentado, al menos algunos
instantes, la razón poética. Tener la experiencia no es lo mismo que poder
decirla, pero algo es algo.
¿De
qué razón habla Zambrano cuando dice razón? No de la ratio sino de logos. Oh, ¡qué
inteligente parece uno cuando dice palabras en latín! Al principio no entendí
nada, pero seguí leyendo. Te invito a que también sigas, no es tan difícil como
suena. Hay una diferencia fundamental entre esas dos palabras. Ratio es una razón que se apodera de lo
que conoce, que lo hace suyo y luego lo usa, una razón que “se propone fines,
establece reglas y prepara medios para alcanzar esa meta final. En otras
palabras, la razón se hace cargo de lo que percibe estudiándolo, esto es,
analizándolo –calculándolo– para así asegurarlo, apoderándose totalmente de
ello y dominándolo por completo”. (Acevedo 2008). Esa no es la razón de la que
habla María Zambrano. Cuando ella dice razón se refiere más a logos: “Es un hablar, un decir que
recoge y reúne; pero –a diferencia de la ratio–, deja reposar en sí mismo a
aquello que recoge y reúne, llevándolo o reconduciéndolo a lo que le es más
propio. La ratio, por el contrario, estaría siempre dispuesta a violentar a lo
razonado (…) Frente a la ratio, el lógos
se caracteriza por el respeto: deja ser (…) El “recoger que acoge”, el
“reunir”, el “respeto”, el “dejar ser” aparecían como rasgos decisivos del
lógos” (Acevedo 2008)
Dos
formas de conocer. Una, la ratio, tan
de nuestro tiempo capitalista, patriarcal, masculino: un conocer que posee,
usa, logra, calcula, asegura, domina Por otro lado el logos que conoce dejando ser, acogiendo sin apropiarse y respetando,
sin una intención utilitarista. La razón de la que habla Zambrano es la del logos.
Pero
habla de una razón poética. ¿Qué es
lo poético? ¿Qué es la poesía?
La
primera tarea es quitarnos la idea común de que la poesía son esos textos
cursis y llenos de palabras grandilocuentes que nos enseñaban en la secundaria.
No es decir bonito. Nada más alejado. La poesía nace en la mirada, en un
particular modo de mirar el mundo. Mirar contemplativa y apasionadamente.
Contemplar, dicen, es orar con la mirada. Mirada que hace pausa y silencio y no
espera nada de lo que mira, solo acoge. Apasionada, porque pasión es lo que se
padece, es decir, una mirada que en lugar de ir, recibe y se abre y se deja
hacer. Lee conmigo lo que dice Zambrano: “Y nada habría que objetar si por
poético se entendiera lo que poético, poema o poetizar quieren decir a la
letra, un método más que de la conciencia, de la criatura, del ser de la
criatura que arriesga despertar deslumbrada y aterida al mismo tiempo”
(Zambrano 1998 p.7) Una forma de despertar, dice. No planeamos el despertar,
solo ocurre. Pero un despertar deslumbrado, es decir, admirado pero también
confundido por el exceso de luz. Un despertar aterido, es decir paralizado y
entumecido por el frío. Lo poético puede deslumbrarnos pero también
congelarnos. Nos detiene, nos deja en pausa.
Luego
de esa mirada viene, a veces, el silencio y, a veces, la expresión. De hecho,
la expresión también surge de un espacio de silencio en donde la experiencia se
madura. Esa expresión puede volverse poema a través de la palabra escrita, pero
también puede volverse forma y color en la pintura o movimiento en la danza o
notas en la música, en todo caso, el intento por expresar lo que se reveló a la
mirada y que no es sencillo porque aquello tiene algo de inexpresable. Otra
forma de decirlo es que de esa mirada, algo nace, algo pasa del no-ser al ser, algo
es creado: poema, música, danza, pintura… o una transformación en nosotros. “La
poesía permite aproximarse a la realidad para comprenderla sin juzgarla; es una
esquina desde la que es posible soñar y proponer, sin presunción, verdades que
construyen porque están despojadas de todo ánimo de protagonismo y arrogancia.
Verdades que, por su acento suave, parecieran a primera vista insuficientes,
pero que, al ahondar en ellas, se descubren completas con sorpresa, y alcanzan
así, sin pretenderlo, una mayor fuerza, fecundidad y potencial creador” (García
Restrepo 2019) Verdades de acento suave.
Me gusta esa expresión. No la Verdad con mayúscula, tan segura de sí misma, que
se impone y alardea, sino verdades con minúscula, que dejan espacio a la duda.
Poético
y poesía vienen de poiesis, que
quiere decir creación o producción, hacer surgir algo que no estaba. “Lo
poiético alude a aquello que permite y suscita este tránsito desde lo
no-presente a la presencia” (Acevedo 2008) La poesía es también revelación. A
partir de ese mirar abierto y receptivo se descubre algo que antes parecía
invisible: lo sagrado en lo cotidiano. Pasa de lo velado a lo desvelado. Muestra.
Desoculta.
El
lenguaje común puede describir una casa, su tamaño, su color, sus habitaciones,
su estructura, pero si intento hablar, por ejemplo, de la casa de mis abuelos e
intento no solo describir aquella casa sino mi vivencia de ese lugar, quizá
necesite de la palabra poética que agregará algo que no puede verse pero está:
la nostalgia, la añoranza, la infancia perdida, la ternura de los abuelos, la
sensación de nido y de origen. Lo que no se veía, de pronto, puede verse. De
allí la revelación.
A
partir de lo anterior podemos acercarnos un poco a eso que María Zambrano llamó
razón poética. Se trata de un tipo de
conocimiento que no se adueña de lo conocido para usarlo sino que se abre y lo
acoge, un tipo de conocimiento que no intenta encontrar las respuestas sino que
abraza las preguntas, un tipo de conocimiento que no busca desentrañar y
resolver el misterio sino habitar en él. Lo que sucede ante el mundo es el
asombro (no la extrañeza) que no busca nada más que dejarse sentirlo. Asombro y
extrañeza surgen ante lo desconocido, pero ante eso hacen algo distinto.
“El
asombro no lleva necesariamente a la pregunta (…) Por el contrario, la
extrañeza lleva directamente a la actitud inquisitiva. El sujeto extrañado necesita
respuestas; el sujeto asombrado permanece quieto, como dejándose moldear por la
realidad que le invade. Extrañeza y asombro llevan direcciones opuestas: la
primera es invasión del objeto para su dominación; el segundo, recepción del
objeto para su asimilación. Por eso, el asombro es el estado correspondiente al
misterio”. (Maillard 1992 p.33)
Pero
hay otra dificultad: eso que se revela al no buscarlo, eso a lo que nos abrimos
y llega, simplemente llega, también se va. No es posible quedarse a vivir en el
claro de bosque, en la revelación. ¿Recuerdas el texto con que iniciamos? “… parece
haberse abierto en ese solo instante y que nunca más se dará así”. Más adelante
dice algo semejante: “Se muestra ahora el claro como espejo que tiembla,
claridad aleteante que apenas deja dibujarse algo que al par se desdibuja”.
(Zambrano 1998 p.5) El claro del bosque, el regalo, se abre ante nosotros y
poco después ya no está. Pero algo queda.
Desde
ese lugar, desde esa apertura, algo se crea dentro de nosotros y luego, quizá
podrá expresarse de alguna forma. Pero ¿Cómo se expresa el misterio, la
revelación o el asombro? Pareciera que no hay palabras que sean suficientes,
que al intentar nombrarlo se le traiciona. Zambrano responde que es posible
expresarlo o intentar expresarlo a través de la metáfora. El poema, la danza,
la pintura, la música hacen uso de la metáfora para expresar ese misterio o esa
revelación.
La
razón poética intenta unir lo que parecía separado: razón y emoción, filosofía
y poesía. “La visión que los claros del bosque ofrecen, parecen
prometer, más que una visión nueva, un medio de visibilidad donde la imagen sea
real y el pensamiento y el sentir se identifiquen sin que sea a costa de que se
pierdan el uno en el otro o de que se anulen”. (Zambrano)
Se trata de un conocer que no busca a partir
de las preguntas sino que se abre a que algo se revele. “La realidad –escribe
Chantal Maillard- le sale al encuentro y su verdad no será nunca verdad conquistada,
verdad raptada, violada; sino revelación graciosa y gratuita; razón poética». (Maillard
1992 p.35)
La
filosofía se asombra del mundo y de la existencia y luego del asombro se hace preguntas, muchas preguntas, busca algo más allá de la
presencia de las cosas. Para María Zambrano, esa pregunta, esa interrogación
puede ser una forma de violencia. Propone entonces dejar de lado la búsqueda de
respuestas o de posibles soluciones para solo abrirse y recibir y dejar estar.
Para ella, el asombro y el misterio son ya una respuesta. La razón poética es “una
razón capaz de desactivar la violencia filosófica de la interrogación. Esto
significa, por un lado, desarrollar una actitud cognoscitiva comprensiva,
entendida como una activa pasividad. Dicho de otro modo, significa entrar en la
vida sin dañarla (…) Sostenerse en la pregunta para convertir el conflicto de
la existencia humana en problema es lo que hace la filosofía. La poesía, en
cambio, se mantiene en el conflicto sin proyectar ningún horizonte ni solución,
sino añorando el centro perdido. No busca sino que recibe” (Garcés 2015 p.189).
Me
conmueve esa expresión: entrar en la vida
sin dañarla. También podría decir, sin escudriñarla, sin partirla en
pedazos para entenderla, sin cuestionarla y obligarla a que dé respuestas.
Escribo esto y me viene una imagen: el niño que desarma un radio para ver lo
que tiene dentro, para saber de qué está hecho, para conocer cada una de sus
piezas. Sin duda allí hay un impulso por conocer, pero es un conocer que a
veces rompe. No significa que este modo de conocimiento esté equivocado, pero
no es el que propone Zambrano. Quizá a la razón poética le bastaría con el
asombro de que el aparato de radio exista y bailaría con su música. La razón
poética no necesita abrir a la rana para saber lo que tiene adentro (como
ocurría en las escuelas) sino que contemplaría el misterio de que las ranas
existan y quizá crearía algo desde ese asombro.
No
buscar, no perseguir sino esperar, haciendo espacio a lo que venga. En palabras
de Hugo Mujica:
La búsqueda no es un ir,
menos aún es estar
llegando;
es soportar
la ausencia de lo que
buscamos:
dejarse encontrar
en la renuncia a lo
esperado.
Si
vuelvo a la metáfora de María Zambrano con la que iniciamos, el Claro de bosque, pienso que el puro
intelecto se haría miles de preguntas ante la existencia del bosque. ¿Cómo
creció? ¿Qué nutrientes necesita? ¿Por qué hay ciertas especies y otras no?
¿Qué componentes tiene su tierra? El puro intelecto se llevaría muestras de
tierra para examinarlas, arrancaría hojas y ramas, demarcaría una zona de
investigación a donde solo podrían entrar personas autorizadas… La razón
poética nos invitaría a entrar al bosque sin ninguna expectativa, pausadamente,
con los ojos y la piel y la emoción abiertos, quizá a perdernos, a detenernos
en los detalles: la forma de una hoja, un insecto, el sonido del aire entre las
hojas, maravillados de que el bosque exista y de estar en él. Y quizá, solo
quizá, sin saber cómo, de pronto diéramos con ese espacio, el claro de bosque,
la revelación. Nada qué hacer sino entrar en él y habitarlo por un rato,
sabiendo que quizá no lo volveremos a encontrar. Abrirnos al asombro y al
misterio. Recibirlos. Nada más. “Y queda la nada y el vacío que el claro del
bosque da como respuesta a lo que se busca. Mas si nada se busca, la ofrenda
será imprevisible, ilimitada. Ya que parece que la nada y el vacío —o la nada o
el vacío— hayan de estar presentes o latentes de continuo en la vida humana”
(Zambrano 1998 p.4)
¿Y
todo esto qué tiene que ver con la terapia, si es que algo tiene que ver?
¿Puede la razón poética ofrecer algo a nuestro hacer terapéutico?
Releo
lo anterior y encuentro que la propuesta de María Zambrano me evoca, por un
lado, a la fenomenología, y por otro, a la percepción estética. Un intentar
conocer despojado de presupuestos e intenciones. Un conocer también desde el
cuerpo y la emoción.
La
fenomenología, como la razón poética, intentan mirar como por primera vez. Y es
que si miro sabiendo lo que he de mirar, seguramente miraré solo eso. Si frente
al otro espero mirar patología, deficiencia, falta, es muy posible que eso es
lo que vea, es decir, aquello que confirme mi idea previa. Si voy al bosque
(volviendo a la metáfora de Zambrano) buscando piedras, las encontraré, pero
quizá deje de ver lo otro, lo que no busco pero está. ¡Qué difícil detener un
poco la intención! Porque el paciente suele llegar conmigo con una intención
muy clara: quiere encontrar algo o sanar algo, y normalmente lo quiere pronto.
Hay modelos terapéuticos que trabajan siguiendo esa intención u objetivo. Se
plantean a dónde se quiere llegar y cuál es el camino que lleva allí. Y a veces
lo logran, no está nada mal, pero no es el modo como trabajamos en la Gestalt.
Eso no quiere decir que desechemos la intención válida del paciente, solo que
no corremos hacia ella. Decimos que en nuestro modelo no buscamos el cambio
sino la ampliación de la conciencia. Si el cambio se da, será un fruto de esa
conciencia que se abre. No renuncio a la intención del paciente pero elijo
ponerla como fondo. Entonces le propongo ir al bosque juntos. María Zambrano no
habla mucho de esta posibilidad de ir juntos, aunque sí habla de que somos
seres vinculados. “Convivir quiere decir sentir y saber que nuestra vida, aun
en su trayectoria personal, está abierta a la de los demás, no importa sean
nuestros próximos o no” (en Garcia Restrepo 2019) Lo que ocurre es que desde su
punto de vista, el entrar al bosque se hace en solitario. La terapia Gestalt,
me parece, invita a hacerlo juntos.
Entonces,
poner la intención en el fondo y adentrarnos en el bosque. Mirar, escuchar,
oler, sentir, dejarnos llevar por la curiosidad de lo que va surgiendo y
permitiéndonos ser afectados. Creo que la fenomenología es algo así. Podemos
seguir algún sendero o podemos no hacerlo. Al ir juntos, podemos señalarle al
otro, a la otra, algún descubrimiento: el hueco en el suelo, la sombra de un
animal, el sonido del viento, alguna huella, algún insecto. A veces elegimos
detenernos, quedarnos por un tiempo en un lugar y explorarlo; luego seguimos.
Sin la intención como guía y como imposición, es posible encontrar cosas no
buscadas que nos enriquezcan, o quizá es posible que esas cosas aparezcan o nos
encuentren.
Entonces,
el consultorio no es lugar de conquista, no persigo llegar a la verdad ni
resolver el misterio de la otra vida, pues sé que la verdad, si aparece, es una
revelación; y que al misterio podemos abrazarlo. Trato de desactivar la
violencia de la interrogación, lo que no quiere decir no hacer preguntas sino
elegirlas cuidadosamente para que no cuestionen la experiencia del otro sino
que permitan profundizar en ella. Trato de entrar en esa vida sin dañarla, sin
llenarla de juicios y etiquetas, sin patologizarla.
¿Llegaremos
al claro de bosque? Imposible saberlo. No importa. A veces, como resultado de
nuestra caminata por el bosque, aprendemos algo de nosotros, nuestra mirada se
amplía, y eso que aprendemos nos permite elegir mejor lo que queremos hacer con
nuestra vida. Con frecuencia, se genera el movimiento que el paciente buscaba,
aunque no exactamente como lo imaginaba. Creo que el terapeuta es un compañero
en ese adentrarse en el bosque, uno que hace propuestas: detengámonos aquí,
escuchemos esto, regresemos por donde veníamos, cuéntame qué miras… El
terapeuta es, quizá, quien confía en ese adentrarse en el bosque casi sin
intenciones, en la riqueza de perderse, en la incertidumbre, en lo que puede
crearse junto al otro o la otra. Quizá un buen terapeuta es quien una y otra
vez se adentra en el bosque. No es un experto en caminar por el bosque pues
sabe que con cada paciente entra a un bosque nuevo y cambiante. Tampoco es el
que sabe a dónde llegará sino quien confía en la experiencia del camino.
Me
parece que la percepción estética de la que hablamos en la Gestalt tiene
similitudes con la razón poética de María Zambrano. Decimos que la estética es
un conocimiento desde la emoción y los sentidos más que desde intelecto. Hay
verdades (con minúscula siempre) a las que accedemos por el temblor del cuerpo,
por la respiración que se corta, por las lágrimas que fluyen, por el corazón
que palpita, por la emoción que crece. No es un conocimiento menor o de
segunda, sino uno diferente. La razón poética es un conocer que une lo que se
piensa separado. “La razón poética es propuesta por Zambrano como forma total
de conocimiento, superación de formas parciales en la unidad de un saber a la
vez racional y pasional que resumiría el doble impulso del ser humano: razón que
es expectativa, retiro, pasión que es participación. La razón-poética es así un
«saber de reconciliación» (Maillard 1992 p.28)
Vuelvo
a esa última palabra; reconciliación. No se trata de elegir entre razón y
pasión, intelecto o emoción, mente o cuerpo, sino de acercarse a una forma de
conocer el mundo (y a uno mismo y al otro o la otra) en donde estos binomios se
abrazan. Si somos seres tanto racionales como emocionales, ¿por qué habría que
renunciar a una parte al hacer terapia?
No
creo en una terapia Gestalt solo intelectual, pues eso traicionaría su
propuesta estética, pero tampoco creo que sea posible hacer terapia solo desde
la emoción y el cuerpo. Pienso en mis alumnos de supervisión señalando como un
error el “llevar a la cabeza” al paciente. Yo suelo recordarles que también
tenemos cabeza y que no se trata de renunciar a ella. “Un ala no es cielo ni
tierra” escribió Antonio Porchia, pero necesita de ambas para volar: aire y
gravedad. Una terapia que intente integrar todo lo humano debe hacer espacio a
lo intelectual, lo emocional, lo corporal. La razón poética intenta esa
reconciliación.
La
razón poética, al ser poética implica la creación de algo ¿recuerdas? Algo pasa
del no ser al ser, algo surge. En el caso de la terapia, supongo, lo que se
crea no es un poema, una música, una danza o una pintura (aunque también
podrían crearse) sino una forma nueva en nosotros y en nuestra relación con el
entorno. Es, en realidad, una co-creación, algo creado a partir del paciente,
el terapeuta y la situación; por ti, por mí y por el bosque. Sin ti, la
creación hubiese sido otra, y lo mismo sin mí. La revelación, si es que llega,
si acontece, es siempre una revelación compartida.
Pero
¿se puede enseñar la razón poética? Creo que no. Se puede compartir lo encontrado
en el claro del bosque, al menos algunas palabras de esa experiencia, sabiendo
que siempre serán insuficientes. Se puede invitar a adentrarse en el bosque, se
puede ayudar a que se suspenda la intención y las preguntas. Quizá no se puede
más. Como tampoco creo que se pueda enseñar la apertura, la disposición, la
vulnerabilidad.
Vuelvo
al fragmento del poema que sirve como epígrafe a estas palabras: no se puede
hacer el espíritu, cualquier intento de hacerlo fracasará. Solo puede hacerse
el vaso que contenga el espíritu, pero para que lo contenga es necesario que el
vaso esté vacío. Ser el vaso vacío, “sin forma hacia adentro”, para llenarse de
espíritu, para llenarse de lo otro. “Un ser viviente –escribe Zambrano- que
resulta tanto más «ser» cuanto más amplio y cualificado sea el vacío que
contiene” (Zambrano 1998 p. 22). Surge esa idea extraña que cada vez me gusta
más: ser es vaciarse, crecer es ir siendo menos. No es una idea ajena a la
Gestalt, Sylvie Schoch lo dice así: “Desposeernos de nuestro saber, hacer el
silencio y el vacío para acoger lo que viene en una receptividad total” (Schoch
p.92) Como siempre, mi maestro Hugo Mujica encuentra formas de decirlo:
Anochece
los bordes se apagan y el
adentro
despliega su vacío
como un mantel a la
espera de la fiesta,
como una playa a la
espera del mar,
como la noche a sí misma.
Extraña
co-creación que busca hacer un vaso vacío, un espacio dentro donde quepa lo
otro que nos amplíe, pero no solo donde quepa, sino también donde pase, donde
fluya, donde deje huella y siga adelante. María Zambrano habla de ese fluir,
ese dejar pasar a partir de su hermosa metáfora del corazón.
“En
su ser carnal el corazón tiene huecos, habitaciones abiertas, está dividido
para permitir algo que a la humana conciencia no se le aparece como propio de
ser centro (…) Así la circulación que nuestro corazón establece pasa por él, y
sin él se estancaría. Él mueve moviéndose, tiene un dentro, una modesta casa
(…) La casa, la modesta casa a imagen del corazón que deja circular que pide
ser recorrida, es ya sólo por ello lugar de libertad, de recogimiento y no de
encierro”. (Zambrano 1998 p.22)
El
hueco del corazón, la habitación vacía que hay en él, permite que algo (la
sangre) lo llene. Solo desde el vacío es posible recibir algo, lo otro, lo
diferente; pero eso que recibo y me llena no puede quedarse en mí, lo que se
queda se estanca. El corazón entrega lo recibido y vuelve a vaciarse. Deja
circular y pide ser recorrido para ser un lugar de libertad y no de encierro,
dice Zambrano. No un espacio que atrapa, sino un lugar de paso donde la vida
fluye, en ese ritmo constante de recibir y entregar, llenar y vaciarse.
La
terapia es un lugar de amparo y de resistencia, pero inevitablemente es un
lugar de paso. Nuestros pacientes llegan, se quedan por un tiempo y luego se
van, como también pasan las experiencias, las figuras, los vínculos. Nosotros
también nos vamos de sus vidas. Nos tocamos, nos afectamos, co-creamos algo,
nos despedimos. ¿Qué queda de ese encuentro? Nunca lo sabemos del todo. ¿Qué
queda luego de asomarse al claro del bosque?
“Lo
que apenas entrevisto o presentido va a esconderse sin que se sepa dónde, ni si
alguna vez volverá; ese surco apenas abierto en el aire, ese temblor de algunas
hojas, la flecha inapercibida que deja, sin embargo, la huella de su verdad en
la herida que abre, la sombra del animal que huye, ciervo quizá también él
herido, la llaga que de todo ello queda en el claro del bosque. Y el silencio”
(Zambrano 1989 p.7)
BIBLIOGRAFÍA.
Acevedo
Guerra, J. (2008) La razón poética. Una aproximación (María Zambrano y Heidegger).
Papeles del seminario María Zambrano.
No.9 Repositorio académico de la Universidad de Chile.
Garcés,
M. (2015) Filosofía inacabada.
España. Galaxia Gutemberg
García
Restrepo, G. (2019) La razón poética en
Zambrano: algunas claves interpretativas para desentrañar su sentido. Universitas
Philosophica 73, año 36 julio-diciembre, Bogotá, Colombia
Maillard,
Ch. (1992) La creación por la metáfora.
Introducción a la razón poética. Barcelona. Anthropos.
Schoch
de Neufron, S. (2000) La relación
dialogal en Terapia Gestalt. Madrid. Libros del CTP
Zambrano,
M. (1986) Claros del bosque. España.
Alianza editorial.
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