La homo y la transfobia. Aprender el odio.
La homofobia, la transfobia son odios aprendidos, capaces, incluso, de matar.
La cifra de homicidios a personas LGTB se ubicaría en 179 homicidios en 2021. En el último lustro,
suman al menos 461 muertes violentas de personas sexodiversas, dice el Informe de muertes violentas
de personas LGTB en México, 2021.
¿Qué ideas sostienen este odio y desprecio? Porque sin duda, se trata de algo aprendido. Vivimos en una sociedad heterocentrada, donde se considera que la heterosexualidad es la única opción válida, lo que sale de ella se invalida, se reprime o se castiga. Atrás del heterocentrismo está el tema de la reproducción y atrás de la reproducción, cómo no, la economía. La pareja y la sexualidad, desde ese punto de vista, deben ser reproductivas. No es casual que lo sean, pues la reproducción obligatoria responde también a un tema económico: el de generar seres humanos que hagan funcionar el sistema, produciendo y consumiendo. Pensémoslo desde la mirada heterocentrista: la sexualidad debe ser reproductiva para ser válida. Para poder ejercer la sexualidad hay que estar en una pareja que siga ciertas reglas. La única pareja válida por ser reproductiva es, entonces, la pareja heterosexual. Es que la heterosexualidad, dirá Monique Wittig, no es una simple práctica sexual, sino más bien un régimen político.
Pero
la realidad humana, en toda su complejidad, escapa al heterocentrismo. La
práctica sexual puede ser reproductiva, pero también podemos ejercerla por
otras razones: el placer que genera y los afectos que se expresan a través de
ella, por ejemplo. De hecho, la mayoría de nosotros ejerce su sexualidad
evitando reproducirse. ¿Cuántas veces en tu vida, lectora, lector, has tenido
una experiencia sexual con el fin de engendrar un hijo? Seguramente muy pocas o
ninguna. La sexualidad va más allá de la reproducción, es un encuentro humano
que nos hace salir de nosotros al encuentro con la otredad. Si la sexualidad no
es solo reproductiva, y si puede ejercerse para otros fines, no es necesario ni
obligatorio que ocurra entre una mujer y un varón. Dos personas (o más)
independientemente de su sexo, pueden tener encuentros sexuales libres,
consensuados, placenteros y sanos. El heterocentrismo deja de lado esta
posibilidad humana limitando la sexualidad a una experiencia exclusivamente
reproductiva.
Sin
duda, aparecerá el argumento de siempre: “Lo que sale de la heterosexualidad no
es natural”. Un argumento que se repite una y otra vez, pretendiendo que será
incuestionable. Por el contrario, me parece que es muy pobre y endeble y es que
quienes usan ese supuesto argumento irrebatible, usan zapatos. No solo eso:
usan un teléfono, una computadora, comparten su homofobia a través de las redes
sociales y un larguísimo etcétera. Ni los zapatos, ni el teléfono, ni las
redes, ni las normas de cortesía, ni la escuela, ni las bodas, ni el celibato
religioso son naturales. Todo eso es cultura, creaciones humanas para vivir de
cierta forma. Si los seres humanos tuviéramos que ser solo naturales, viviríamos
desnudos y seguiríamos nuestros instintos como cualquier animal, viviríamos en
manadas, obedeceríamos a la ley del más fuerte, no hubiésemos creado normas,
religiones, ciencia o arte, pues todo ello es resultado de la cultura. Somos,
eso sí, seres biológicos, tenemos un cuerpo, órganos, fluidos, hormonas que sin
duda influyen profundamente en lo que somos. Pero ser seres biológicos no es lo
mismo que ser seres naturales. Somos seres biológicos que han creado cultura y
que viven en esa cultura desde hace miles y miles de años. Repito: sin cultura
no tendríamos arte, ciencia, derecho, educación. Nuestros vínculos, amistosos,
amorosos, eróticos, son también resultado de la cultura. De otro modo
seguiríamos apareándonos exclusivamente para reproducirnos cuando las hembras
estuvieran en periodo de celo y abandonaríamos a las crías más débiles o
enfermas para dejarlas morir. Lo que llaman orden natural es más bien una forma
de determinismo biologicista, es decir, reducir lo humano a lo biológico, como
si no fuéramos también seres sociales, políticos, históricos.
Quienes
invocan al orden natural para reprimir formas diferentes eligen ignorar que
somos seres culturales. En realidad, ese supuesto orden natural es el
argumento que usan para imponer una única forma de ver el mundo, la suya, y es
que cuando dicen “orden natural”, están segurísimos de que ellos lo conocen,
que coincide exactamente con lo que creen y que por lo tanto pueden imponerlo a
otros, otras y otres, y castigar si no se obedece. No es un tema de
conocimiento sino de poder.
El determinismo biologicista, disminuye la complejidad de lo humano a un organismo biológico, y aún peor, lo convierte en un pene que penetra o una vagina que es penetrada. ¿Solo somos eso? Dice Paul Preciado que para el régimen heterocentrista “solo hay dos posibilidades de lo humano: pene penetrante, vagina penetrada. Somos víctimas de un kitsch porno-científico: la estandarización de la forma del cuerpo humano de acuerdo con criterios de estética genital heterocentrada. Fuera de esta estética binaria, cualquier cuerpo se considera patológico (…) El régimen sexo-género binario es al cuerpo humano lo que el mapa es al territorio: un entramado político que define órganos, funciones y usos. Un marco cognitivo que establece las fronteras entre lo normal y lo patológico”.
Y
aparecerá, claro, el tema de los niños y las niñas. Más temprano que tarde el
heterocentrismo, la homofobia y la transfobia, salen con toda su fuerza en
heroica defensa de niños y niñas. Afirman que el respeto a la diversidad, la
libre expresión y la aparición de personajes homosexuales en películas, novelas
y series pervertirán a los más
pequeños. Uso la palabra porque para ellos, ser homosexual o transexual es una
perversión, aunque la Psicología y la Sexología digan lo contrario desde hace
años. Alzaron la voz, escandalizados, cuando en una película de Disney apareció
una pareja lésbica: allí estaba la prueba de cómo hay una agenda LGBT que
pretende pervertir a los menores del mundo. Veamos: mirar a una pareja del
mismo sexo no convierte a nadie en homosexual, como se demuestra con el simple
hecho de que prácticamente todas las personas homosexuales crecieron en
familias hetero. Quienes se escandalizan por esa escena
parecen bastante tranquilos cuando sus hijos e hijas ven escenas en
donde un patriota occidental mata a decenas de personas y no los oigo decir que “sus hijos se
volverán asesinos”. ¿O es más peligroso el amor entre dos personas del mismo
sexo que la guerra y el asesinato impune? Lo que defienden no es
a la niñez sino al heterocentrismo. ¿Y si pensamos también en los niños y niñas que no
son heterosexuales? ¿Quién los defiende a ellos? De nuevo, doy la palabra a
Paul Preciado:
“¿Quién
defiende los derechos del niño diferente? ¿Quién defiende los derechos del niño
al que le gusta vestirse de rosa? ¿Y los de la niña que sueña con casarse con
su mejor amiga? ¿Quién defiende los derechos del niño homosexual, del niño transexual
o transgénero? ¿Quién defiende el derecho del niño a crecer en un mundo sin violencia de
género y sexual?"
Por
supuesto, el heterocentrismo alza la voz de inmediato: “Si son tan respetuosos de
la diversidad sexual más tarde querrán que respetemos que alguien tenga sexo
con una niña o con un caballo o con un cadáver.” me decía hace apenas unos días
un conocido muy respetuoso del orden natural y del plan divino. Absurdo: el
respeto a la diversidad del que hablamos implica que cualquier encuentro sexual
se haga en un marco de cuidado y libertad, que no dañe a nadie y que ocurra
siempre con la voluntad y la plena conciencia de quienes lo ejercen. Cualquier
acto que dañe o transgreda la voluntad y conciencia de alguien implicado debe prohibirse.
Sin
embargo, quisiera ir más allá de esos argumentos. Dejaré de lado el
razonamiento filosófico acerca de la supuesta contradicción entre naturaleza y
cultura y aquello que nos hace humanos. Quiero quedarme con algo más cercano. ¿Y
si más allá de nuestros interesantes debates y nuestros sesudos
cuestionamientos nos damos un tiempo para mirar a las personas? A cada persona
en particular. Esta persona heterosexual, homosexual, transgénero. ¿De verdad
hay diferencia en su humanidad? Paul Preciado propone imaginar a un niño o una
niña homo o trans que acompaña a sus padres muy conservadores a una marcha
contra los derechos LGTB. Usa una metáfora dolorosa: esos niños llevan una bala
en el pecho. Imaginémoslo también:
“Cuando
veo avanzar a las familias de las manifestaciones neoconservadoras con sus
hijos, no puedo evitar pensar que entre esos niños hay algunos de tres, cinco,
quién sabe, apenas ocho años, que llevan ya una bala ardiendo en el pecho. Sostienen
banderas que dicen «pas touche a nos stereotypes de genre», «Los niños tienen
pene, las niñas tienen vulva, que no te engañen», que alguien les ha puesto
entre las manos. Pero ellos saben ya que no podrán estar a la altura del
estereotipo. Sus padres gritan para que las niñas lesbianas, para que los niños
maricas y los niñes rrans no vayan al colegio, pero ellos saben que llevan la
bala dentro. Por la noche, como cuando yo era un niño, se van a la cama con la
vergüenza de decepcionar a sus padres, con miedo quizás de que sus padres les
abandonen o deseen su muerte. Y sueñan, como yo cuando era un niño, que huyen
hacia un lugar extranjero, o a un planeta lejano, donde los niños de la bala
pueden vivir”.
Creo
que es necesario acallar nuestros discursos, nuestras razones y sinrazones,
cerrar nuestros libros, olvidar nuestras estadísticas y cifras, para poder ver
a esas personas, a todas las personas y a cada persona. ¿Por qué deberían
tener más derechos unos que otros? ¿Por qué unos pueden amar a quien deseen y
otros no?
Pienso que nuestro compromiso por la diversidad sexual es también una opción por la libertad. ¿Es tan difícil verlo? El heterocentrismo, la homofobia, la transfobia eligen juzgar, condenar, reprimir, excluir y discriminar lo que no va de acuerdo con su postura, piden que solo sea válido su camino, pretenden imponer la forma que creen adecuada. La apertura a la diversidad sexual en todas sus formas elige incluir, aceptar y abrazar tanto lo semejante como lo diferente. No pretende, nunca lo ha hecho, condenar la heterosexualidad, por el contrario, la ve como una posibilidad igual de válida y humana. No pretende tampoco que todas las personas, adultas o pequeñas, sean homosexuales o transexuales (la idea de que los "liberales" promueven que los niños y niñas sean homosexuales es una mentira, entre otras cosas porque sabemos que eso no es posible), por el contrario, pretende que cada persona sea respetada en cualquiera de sus orientaciones o identidades. Quienes apostamos por la diversidad sexual queremos pluralidad y no imposición.
Más allá de argumentos filosóficos, sociológicos, psicológicos o teológicos,
nuestra elección por la diversidad se sustenta también en lo amoroso: preferimos
lo que abraza, lo compasivo, lo libre y lo abierto a lo que se impone, condena,
reprime y castiga.
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