Fragmentos de RAVENSBRUK 1
Les cuento que hace un año más o menos escribí una novelita que sucedía, en parte en un hospital psiquiátrico. Uno de los personajes es una artista plástica que acude al hospital a hacer servicio social dando talleres a los pacientes. Junto a eso, se le ocurre hacer retratos de algunos de ellos. Algunos capítulos de la novela van de eso: contar algo del paciente y del retrato. Les compartiré por aquí esos fragmentos.
Retrato
de Lucía.
La
he pintado con trazos simples, no podía ser de otro modo. El fondo del lienzo
apenas manchado de un gris muy tenue, como si el pincel lo acariciara. Pensaba
en aire, en soplo, en plumas. No es fácil delinear un rostro, una persona y una
vida en pocos trazos, pero si lo hiciera de otra forma la traicionaría. Que sus
ojos miren lejos. Que el lienzo sea un lugar de paz, una nube navegando
despacio.
Lucía
es poeta. Publicó, hizo crítica, impartió clases en la universidad. Muchos
logros para alguien aún joven. Actualmente pasa su tiempo concentrada en lo que
escribe. Más que eso: sumergida, como si nada más existiera.
Escribir
el poema, dice, no un poema, sino el
poema.
¿Cómo
es eso?, le pregunto.
El
poema que haga innecesarios todos los demás.
¿No
es muy ambicioso eso, Lucía?
Lo
es, por eso llevo años escribiéndolo, pero nunca lo alcanzo.
Dedica
horas y horas a su creación. Un lápiz de punta perfectamente afilada en su mano
derecha y ante ella el cuaderno de tapas duras. Suelo verla en el pequeño
escritorio, absorta.
A
veces alza la vista de la página como buscando algo en el espacio. Imagino
flores en su cerebro, bosques umbríos, palabras que se pronunciaron unas pocas
veces y luego fueron olvidadas. Quiero captar su agudeza en el retrato, porque
es afilada como la uña de un gato. Cuando habla elige con cuidado las palabras
que dirá y salen de su voz como si fueran dichas por primera vez. Nunca, hasta
que la escuche de su boca, me había percatado de que la palabra piedra es tan
hermosa. Cita de memoria bellísimos poemas de Cernuda y en perfecto italiano
algunos de Alda Merini. Debe tener cincuenta
años, quizá menos, pero sus ojos son mucho mayores. A veces sale al patio a
fumar y el cigarro en sus dedos delgados es como una vaina. Mira al cielo
mientras fuma.
El
poema se escribe sobre todo cuando no se escribe -me dice-. Yo lo escribo
mientras me baño, mientras duermo, mientras fumo.
Entiendo:
Lucía fuma como si escribiera un poema. Pero el poema, ese que intenta
alcanzar, se escapa siempre.
¿Cuánto
tiempo llevas escribiéndolo Lucía?
Años,
muchos, ya no sé cuántos.
¿Y
me dejarías leer algo? ¿Aunque no lo hayas terminado?
Duda.
Sus pupilas me atraviesan.
A
ti te dejo, decide al fin.
Toma
el cuaderno de tapas duras y me lo muestra como quien revela un secreto.
Leo.
¿Leo? No entiendo. La miro con cara de pregunta, desconcertada.
Quería
que en el poema cupiera todo, me dijo.
¿Pero
a que te refieres con todo?
Pues
eso: todo: la vida y la muerte, lo humano y lo divino y lo bestial; el cielo y
el infierno, lo pequeño y lo grande, el caos y el cosmos, yo y los otros… todo.
Entonces empecé a escribir pero me di cuenta que lo que escribía era una farsa.
Llené hojas y hojas de palabras huecas que eran solo ruido, envoltura. El poema
se perdía entre esa verborrea ridícula, se ahogaba. Tenía que lograr escribir
lo esencial, no irme por las ramas sino llegar al tronco, no quedarme en el
tronco sino alcanzar la raíz, no perderme en la raíz sino decir la savia, no
decir la savia sino nombrar la semilla, aquello de lo que todo surge. Empecé a
podar el poema. ¡Sobraba tanto! Corté durante meses, despiadadamente. No puede
hacerse de otra forma. Corté hasta reducirlo de cientos de páginas a doce. Creí
haberlo conseguido. Me equivocaba: aquello aún era demasiado. Doce páginas es una
inmensidad abierta a infinitos sentidos, quien se metiera allí se perdería para
siempre. Volví a podar. El poema tendría que decirlo todo en cinco páginas.
Sintetizar, elegir, ir al grano, despedazar el lugar común. Tampoco: había que
hacer una síntesis de esa síntesis. Lograr lo que parecía imposible: decirlo
todo en una sola página. Cada palabra debía ser ya no elegida, sino creada para
que pudiera contener miles de palabras. No solo importaba su significado sino su
sonido, su música secreta, los ecos que dejara en el lector. Nada podría sobrar
ni faltar, cada palabra del poema debería llegar al centro mismo de la palabra
y del sentido. Reinventé el lenguaje, lo digo sin modestia alguna, hasta llegar
a esa esencia incandescente. Pero ni así llegue a rozar los contornos del
poema. Lo que intentaba hacer, entonces me di cuenta, era algo semejante a un
haikú, ese género japonés que consiste en llegar a la esencia. Tres renglones.
Diecisiete sílabas. Un instante que resumiera todos los instantes. Volví a podar,
durante meses, sin conseguir lo que buscaba. Siempre sobraban sílabas, sobraban
imágenes, sobraban palabras. También esa forma era infinita. ¿Era posible
decirlo todo en una frase? Lo intenté, pero la cantidad de combinaciones
posibles para cinco palabras y los sentidos que nacen de cada una me tiró por
el suelo aplastada por su enormidad. Comprendí, creí comprender: el nombre de
Dios era esa palabra única que contendría todo sin reducirlo, palabra-origen, palabra-semilla,
palabra-aleph. Por eso el nombre de Dios es impronunciable en varias
tradiciones. Pero el nombre de Dios requería letras y sonidos. Lo intenté hasta
desfallecer. Creí que si daba con El Nombre, sería fulminada en el acto y que
de mí no quedaría sino cenizas, pero no fue así. Escribí El Nombre y nada
sucedió, el mundo siguió como si tal cosa. No había sino una solución: borré
ese Nombre, cada letra, cada trazo. Solo es posible decirlo todo si todo se
calla. Solo del silencio más absoluto es que pueden nacer todas las palabras.
Volví
a mirar: en el cuaderno solo había hojas en blanco.
¿Entonces
–quise saber- este es el poema?
Me
miró como se mira a un niño que no entiende.
No,
sigo intentando escribirlo. Llevo años escribiendo silencios en las páginas
pero aún no logro escribir ese silencio desde el cual pueda nacer todo.
Di
vuelta a las hojas del cuaderno, hacia adelante y hacia atrás. Solo páginas
inmaculadas. Blancas. Vacías.
Cada
una es un poema que intenta ser El Poema, me dijo. Cada una un intento fallido.
¿Cuántos
poemas como éste has escrito? Me atreví a preguntar.
Setenta
y cuatro, respondió. Pero cada vez estoy más cerca.
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